Cuando nos dijeron que nuestra instalación de gas tenía una gran pérdida o muchas pequeñas pérdidas creímos que el resultado iba a ser un desastre. Con los pisos ya colocados y las paredes ya pintadas parecía un castigo del estilo de los viejos juegos de mesa: "retrocede hasta la casilla inicial". Pero después de mucha insistencia, Plutarco (nuestro plomero filósofo) vino a trabajar en el asunto.
Comenzó colocando su manómetro en la acometida de gas, al cual a su vez le conectó un compresor de aire para dar presión a toda la instalación. El manómetro merece mención aparte: el vetusto aparatejo ya no tiene protección ante golpes, no cuenta tampoco con el típico vidrio que tapa el "relojito", y su carátula doblada compite con su aguja, también doblada, posiblemente a propósito para evitar una colisión que haría inútil al instrumento. En fin, ahí estaba colocado el artefacto, recibiendo aire a presión con el fin de llegar a 80psi y revisar si se mantenía allí por al menos 20 minutos. Ni uno, ni otro. La fuga era tan grande que ni siquiera se lograba poner la instalación a 80psi. Diagnóstico confirmado.
En ese momento comenzaba lo que para mí era un proceso de adivinación (esperaba que no fuera un proceso de demolición). Primero, como en todo acto de magia, hacía falta un líquido. No era oscuro, ni caliente, ni burbujeante, sólo un simple frasco de vidrio claro con tapa plástica y una etiqueta que lo identificó como Eter. El oloroso químico debió ser introducido a nuestra instalación, con el fin de meterle presión de aire y provocar que su olor saliera por la fuga. Pero nada. No sentíamos el olor por ninguna parte. Después de un rato, parecía haber olor en la cochera. Yo decía en la puerta hacia el pasillo, mi esposa sentía el olor más lejos, y Plutarco, en el ángulo de entrada de la acometida. Pero era unánime: el olor andaba por ahí.
Ahora seguía lograr acotar un poco más el área para no romper demasiado. Y el segundo elemento del acto de magia aparece: la varita. Claro que una varita más delgada, flexible y plateada, o sea un simple alambre, con la esponja adivinadora en su extremo "la esponja Paul" (como el pulpito del mundial). La esponja, introducida por el caño de gas tiene la habilidad de adivinar dónde está la fuga, para romper solamente en ese lugar. Y luego de solamente un intento, el noble animal marino artificial acierta, confiamos, rompen un par de cerámicos, encuentran la rotura, la arreglan y todos felices.
Pero "la esponja Paul" tiene truco. La idea es que la típica falla es un clavo en la cañería. Al clavarse, el maldito asesino de cañerías deja una protuberancia hacia adentro en el cobre, que provoca que la esponja se enrede y ofrezca mayor resistencia que en la parte no deformada del caño.
Sólo resta una cosa por adivinar. ¿Cuál será el truco del Pulpo Paul?
lunes, 19 de julio de 2010
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